domingo, 22 de noviembre de 2009

ARTÍCULO CONCURSOS EN LA RADIO

Doble o nada. Los concursos de la radio

Lo confieso: yo llegué a la radio gracias a un concurso. Se llamaba Tu carrera es la radio y fue puesto en marcha por Radio Madrid bajo la dirección de un radiofonista norteamericano, llamado Robert Kieve, con el que llegaron a España algunas de las formas de trabajo de un medio que en Estados Unidos alcanzaba niveles extraordinarios de desarrollo. Transcurría el año 1946, el siguiente al llamado año del hambre. Así, pues, es fácil comprender el panorama de aquella España que malvivía bajo una dictadura de hierro y muy cruel: sin libertades en lo político, con gravísimas carencias en lo económico. Negros tiempos de posguerra. Los directivos de aquella emisora buscaban actores y actrices, guionistas, técnicos sin experiencia a los que prometían incorporar a una profesión que tenía un futuro esplendoroso, según decían. Me presenté al concurso y, tras varias pruebas, en la radio me quedé junto a Pedro Pablo Ayuso, Vicente Marco, Javier Dastis y otros nombres de leyenda.

Por Juana Ginzo

Ya he descubierto con lo dicho qué me empujó a participar en un concurso: la necesidad. No sólo espantar el hambre, también acceder a un oficio para el que, hasta entonces, desconocía tener aptitudes. Mi caso personal, ya lo veremos, vale para explicar la naturaleza de muchos de aquellos espacios radiofónicos que también eran producto de la época, espejo de la realidad. La radio siempre lo fue, por otra parte.

Bobby Deglané y Paco Rabal en "Historias de la radio". Video Mercury Films
Espectáculo
La radio es información. Esa es su naturaleza, su ADN, la carga hereditaria que permanece desde su invención hasta nuestros días. Incluso en momentos insospechados, como cuando un locutor da la hora o saluda, se están transmitiendo datos informativos. Así, pues, de nada valió que el dictador, el mismo año en que ganó la Guerra Civil y derribó la República legalmente constituida, dictara una orden que establecía la censura previa para todas las emisoras y dejaba su programación en manos de la Falange, el partido único, el único partido permitido, el partido fascista, que se había convertido en el gran censor y controlador de los medios de comunicación, la prensa, el cine, el teatro y los libros: la realidad (también su ausencia, que daba pistas igualmente sobre lo que ocurría y no ocurría en el país) se escapaba por cada resquicio de sus emisiones y desde aquel preciso momento se estableció una lucha cada vez más encarnizada por conquistar el derecho a informar y ser informado. Las estaciones radiodifusoras no podían hacerlo ya que eran obligadas a conectar con Radio Nacional de España, la radio oficial, para emitir sus espacios de noticias. Pero la batalla fue larga y se prolongó hasta después de la muerte de Franco, una vez celebradas las primeras elecciones democráticas en 1977. La radio así desnaturalizada explotó otras actividades que también le eran propias y en las que reinó durante décadas. Se convirtió en una formidable maquinaria al servicio del entretenimiento, una fábrica del espectáculo con un poder de penetración en la audiencia sin precedentes. Adoptó otras formas: llegaron los seriales, los grandes magazines, las retransmisiones deportivas más tarde, las orquestas, los programas cara al público. Nacieron las estrellas de la radio, actores y actrices fundamentalmente y locutores, que rivalizaron en fama y popularidad con las más resplandecientes estrellas del cine, nacional o de Hollywood, pongo por caso. Y casi siempre con ventaja. Fue una época brillante, espectacular. Una época dorada. Los concursos fueron imprescindibles como espacios con identidad propia o incorporados a aquellos programas que presentaban maestros en el arte de entretener como Bobby Deglané, José Luis Pécker o Ángel de Echenique.

Quiz Show (Robert Redford, 1994). Buena Vista
Audiencia
Tenían una gran audiencia y los había de todas las clases imaginables y su rastro aparece en el principio de los tiempos, años previos a la Guerra Civil, cuando las retransmisiones musicales eran punto fuerte de la emisión y las orquestas sonaban desde el estudio de las propias emisoras o a través de los micrófonos instalados en salas de baile, salas de fiesta o salones de grandes hoteles. Eran concursos que premiaban a un músico, un intérprete, un conjunto, generalmente dedicados a la música clásica. Las audiencias masivas los hicieron más populares. Recuerdo uno en el que participé como actriz: Los tres gazapitos en el que, como su nombre indica, se deslizaban tres errores o gazapos que los oyentes debían adivinar. Cabalgata fin de semana, el histórico programa de las noches del sábado conducido por el hispano-chileno Deglané era un contenedor de concursos como el conocidísimo La melodía misteriosa, en el que la orquesta desgranaba en directo una melodía cuyo nombre debía ser acertado por los concursantes. Eran de sencilla realización o, por el contrario, muy elaborados y de gran dificultad técnica. Lo toma o lo deja y Doble o nada no necesitan explicación. El buque fantasma y Dónde está el avión seguían las pautas de aquel juego infantil que consistía en hundir barcos colocados en las cuadrículas de una hoja del cuaderno escolar. Las llaves de la caja fuerte necesitaba un escenario más complicado, las calles de una ciudad por las que, luchando contra el tiempo, debía desplazarse el concursante en busca de los números de la combinación de una caja fuerte en la que, si conseguía abrirla al final de la carrera, estaba el premio prometido.
Aquellos en que los concursantes debían hacer gala de sus conocimientos en las más diversas materias, historia, literatura, ciencias, tenían una gran aceptación y eran seguidos desde sus casas por los oyentes. Pregunta-respuesta, pregunta-respuesta hasta el premio final o hasta que, ¡oh decepción!, se producía el fallo y el participante era reemplazado por otro en una interminable cadena. Audiencia y publicidad. Las marcas comerciales (el coñac Fundador, las sopas y caldos preparados Gallina Blanca y Avecrem, por ejemplo) patrocinaban los concursos sabedoras de que en torno a ellas se congregaba la atención de audiencias que se contaban por millones de personas que, en silencio, seguían las emisiones reunidos en torno al aparato de radio colocado en un lugar destacado del hogar, como en un altar, como si fuera un tótem. Todos ellos inundaban la programación de la Cadena SER en aquellos días en que el espectáculo radiofónico hacía menos gris el gris de la época.
Artistas
Había otro tipo de concursos que respondían a la fórmula de ¡Mamá, quiero ser artista! Espectáculos de seguimiento masivo que servían para descubrir talentos, niños y niñas que, ellos o sus padres, querían ser estrellas. Niños cantores, sobre todo. Y recitadores, bailarines, incluso bailarines de claqué, y aspirantes a convertirse en figuras de la canción, de la canción española sobre todo, que soñaban con la gloria y se acercaban a los estudios de radio empujados por la necesidad o por el deseo de los padres, en el caso de los niños, de ver sus nombres dibujados con grandes letras en la fachada de los teatros y en las carteleras de los cines. Bobby Deglané era el rey: por sus programas pasaron Pedro Pablo Ayuso, que quería ser cantante de tangos y, afortunadamente, se convirtió en un gran actor de radio; y Matilde Conesa que bailaba y recitaba como nadie y su voz marcó toda una época de seriales y dramáticos; y una de las primeras divas radiofónicas, Carmita Arenas, que hizo personajes infantiles y cantaba La violetera en funciones teatrales retransmitidas. Y un larguísimo etcétera en el que caben cantantes y actrices de ahora mismo. ¿Qué quedó de todo aquello? El recuerdo, sin duda, y el rastro que puede ser seguido actualmente por las diferentes cadenas de televisión. Cuando la dictadura flaqueaba, la batalla por la información abrió fisuras en el muro de las prohibiciones y la radio fue recuperando su esencia. Y la llegada de la televisión contribuyó a desplazar de las programaciones concursos y seriales.
Hoy ya no hay lugar para Tu carrera es la radio, pero sí para la televisiva Operación triunfo. Ya no es posible Lo toma o lo deja, pero ahí está ¿Quiere ser millonario? Los concursos han creado ciertas desconfianzas. Sin embargo, yo no recuerdo trampa ni cartón como ocurría en la película Quiz Show, de Robert Redford. Y sí tengo en la memoria aquellas Historias de la radio, película de Saenz de Heredia, en la que José Isbert, un científico necesitado de dinero, se vestía de esquimal corriendo hacia la radio para participar en un concurso que presentaba, ¡qué casualidad!, Bobby Deglané. La radio y el cine se han dado la mano en numerosas ocasiones.

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